• Skip to primary navigation
  • Skip to main content

Psicoda

Psicología código abierto

Psicoda

Psicología en Código Abierto

  • Inicio
  • ¿Quién soy?
  • ¿Cómo puedo ayudarte?
  • Proyecto Psicoda
    • ¿QUÉ ES EL PROYECTO PSICODA?
    • BLOG
    • INTERVENCIÓN DE EMERGENCIA CONTRA EL BULLYING
  • Tarifas
  • Contacto y cita previa
  • Próximos Eventos

Defensa contra la comunicación agresiva, un as bajo la manga.

Muchas personas en nuestra vida cotidiana nos vemos envueltas en situaciones sociales que a menudo nos sobrepasan. Hoy vamos a centrar el foco de atención en un tipo de conductas en particular: el de las personas que se comunican con nosotros de manera agresiva.

El estilo de comunicación agresivo es una forma de comunicarse que se caracteriza porque el agresor no tiene en cuenta los sentimientos, intereses y/o derechos del otro interlocutor.

A decir verdad, existe un amplio abanico de patrones comunicativos y de escenarios posibles cuando hablamos de comunicación agresiva. Unos son muy sutiles, otros muy explícitos. Unos  nos tocan “la fibra” y otros los dejamos pasar sin darles más importancia. Unos contra los que sentimos que tenemos modo de defendernos, otros contra los que no. En definitiva, unos que entendemos y otros que no.

Cuando alguien nos agrede con un estilo comunicativo muy tosco y explícito, esta persona enseguida nos muestra sus cartas. Podemos apelar a toda una serie de convenciones sociales o mecanismos psicológicos para defendernos (analizaremos algunos de los factores que influirán en tener éxito en ello o no). La identificación de que nos están agrediendo resulta más sencilla en estos contextos y, por extensión, es más probable que reaccionemos de algún modo.

Sin embargo, este tipo de situaciones tan explícitas rara vez se dan en la práctica cotidiana de las relaciones sociales. Son casos extremos a los que prácticamente nadie llega (si tomamos como referencia el gran número de interacciones sociales que se pueden dar en un día, en un lugar concreto).

El asunto reviste una gran complejidad y requiere de un planteamiento de la situación muy abierto. En nuestra vida diaria, existen situaciones en las que alguien nos dice algo de una manera que no nos gusta, que nos incomoda o nos hiere y sin embargo nos resulta difícil defendernos. Captamos que algo no va bien, que nos estamos sintiendo mal, pero no conseguimos articular una explicación coherente y completa, y menos aún, una respuesta defensiva espontánea y eficaz.

Uno de los errores más comunes, ante una situación ambigua, es sobrerreaccionar cuando nos atacan, poniéndonos en evidencia (dándole al agresor la confirmación de que su intento de agresión tuvo éxito), llevándonos además un regalo nada grato: la etiqueta de ser un susceptible, de no aguantar una broma o de ver cosas dónde no las hay. Las personas que caen en esta dinámica a menudo se sienten mal incluso cuando la situación que originó ese estado ha pasado, pudiendo incluso llevarse a la cama o revivir estas emociones una y otra vez.

Varias preguntas surgen aquí. ¿Por qué me veo envuelto en este tipo de situaciones? ¿Por qué pierdo el control? ¿Por qué no se me ocurre nada ingenioso que decir? ¿La habilidad de salir airoso de estas situaciones es algo innato o lo puedo aprender y cultivar? ¿Existen herramientas para trabajar esto?.

Veamos una de las múltiples explicaciones posibles:

Nos vemos envueltos en ese tipo de situaciones por rigidez mental (y emocional). Perdemos el control porque en ese momento tenemos una disposición mental que no es la más adaptativa en ese contexto.  No se nos ocurre nada ingenioso que decir, porque el cerebro está demasiado ocupado intentando responder al choque emocional que se avecina o que ya está en curso. Salir airoso de estas situaciones es más fácil para unos que para otros, es decir, hay diferencias individuales, producto de la interacción genética y ambiental, pero la buena noticia es que sí, hay herramientas para trabajar nuestro desenvolvimiento en estas situaciones, y muy efectivas, por cierto.

 Vayamos al grano.

 Trataremos este tema desde un punto de vista holístico e integrador, y por supuesto, este es uno de los muchos enfoques posibles a la hora de explicar este tipo de comunicación y cómo defendernos de ella.

El primer aspecto a tener en cuenta del tema que nos ocupa es entender qué hay detrás de la aparente seguridad de quien nos agrede. Es el primer paso para liberarnos de nuestros propios estados emocionales perturbados, de darle otro enfoque diferente al asunto que nos permita estar más estables.

Cuando alguien se dirige hacia nosotros con un estilo comunicativo agresivo, podemos distinguir entre aspectos verbales de esa comunicación (imperativos, formulación de preguntas incesantes, invalidación emocional, interrupción continua) o no verbales (tono elevado, expresiones faciales agresivas, sonrisa irónica, sarcasmo, mirada penetrante…) es interesante en primer lugar identificar el carácter agresivo de su comunicación mediante la constatación de indicadores relativamente objetivos, como algunos de los que acabo de poner como ejemplo. Esto nos brinda cierta seguridad y nos permite confirmar que no es nuestra “paranoia”.

Una vez identificada la situación, lo suyo es hacer una reformulación conceptual de esta. Las personas que usan estilos comunicativos agresivos, en realidad ocultan bajo una apariencia de seguridad e invulnerabilidad, un panorama psicológico nada alentador, frecuentemente impregnado de inseguridades, frustración, miedos, sufrimiento, desconexión de los demás, sensación de que no se les valora, gestión emocional ineficiente… y por supuesto, su sistema de defensa es intentar ocultarlos como sea (a su interlocutor y a ellos mismos). Esto es algo que teóricamente se expone mucho, pero en la práctica no se interioriza demasiado, así que añadiremos algunos apuntes al respecto.

Generalmente, estos estilos de comunicación los adoptan personas que no son felices, y que han sido privados del afecto y la valoración que necesitan. Tratar mal a los demás es un síntoma que indica el mal trato hacia uno mismo. Solo hay que saber “leer” lo que ocurre ahí dentro y hacer un ejercicio que casi roza la fe.

¿Pero y esto que tiene que ver con cómo me siento yo? Todo. El hilo conductor es el siguiente: Cuando una persona es arrasada por alguien que usa un estilo comunicativo agresivo y es incapaz de defenderse, pierde el foco de atención de lo que he señalado. En su lugar, el interlocutor empieza a dudar de sí mismo, empieza a “posar” su atención en sus sensaciones fisiológicas (aumento de la frecuencia respiratoria y cardiaca, dificultad para hablar debido a la sobreactivación, sudoración…), o experimenta una desconexión del discurso del agresor por considerarlo repetitivo y vacío de sentido en otros casos. Otros sufren explosiones de ira o reacciones agresivas que provocan un conflicto mayor…Estas situaciones tienen un denominador común, y es una incorrecta gestión emocional y probablemente una conceptualización de la situación que resulta insuficiente para manejarla. Si llegamos al colapso, hemos perdido.

Una proposición de solución: centrarnos en cuales son las carencias del agresor, y ponernos en su lugar para entender qué está pasando ahí dentro, entender que esta persona está sufriendo y conectar con su corazón. Esta es la manera de darnos a nosotros mismos una explicación y una interpretación diferente de lo ocurrido. Es una especie de distorsión de la realidad voluntaria, negarse a creer que la persona que nos agrede es tan mala. Paradójicamente, mostrar este tipo de creencias es lo que hará que el agresor pueda ser influenciado, y cambie su conducta y de paso, nos transforme a nosotros también permitiéndonos canalizar las sensaciones desagradables que tenemos, y transformarlas en algo positivo, productivo y expansivo.

Nos guste o no, nuestras ideas y nuestra concepción de las cosas se filtran hacia el mundo exterior, sin que podamos evitarlo. Si una idea no me gusta, si se propone un plan que no me apetece, puede que no lo diga abiertamente, pero seguramente encuentre la manera de poner en primer plano los aspectos negativos, que seguramente pueden hacer que otros se desanimen, o al menos les sea más costoso de realizar. Somos seres sociales y por tanto permeables y sensibles a algunos detalles, a algunas señales que todos emitimos en nuestro modo de expresarnos, a menudo de manera automática y sin darnos cuenta, es la cristalización del aprendizaje social y cultural.

Con la comunicación agresiva ocurre lo mismo. En el fondo, el agresivo, detrás de sus malas formas, de sus ataques, de su invalidación emocional hacia nosotros, está emitiendo un mensaje: “socorro, no puedo salir de aquí, no puedo gestionar esto que llevo dentro, todos sois peligrosos, y me duele que no me valoréis y me apreciéis como necesito.” En definitiva, de un modo u otro, esta persona ha interiorizado que este modo de comunicarse con los demás es adaptativo (y muchas veces lo es, porque acaban imponiéndose y consiguiendo lo que quieren), sin embargo si apreciamos a esta persona, o si tenemos que lidiar con ella habitualmente bien sea por trabajo, porque frecuenta el mismo ambiente social que nosotros o cualquier otro motivo, encontrar una forma de abordar esta incómoda situación redundará en mejor calidad de vida para nosotros.

Es muy curioso que adscribiéndonos a esta forma de pensar (y de sentir), probablemente estemos distorsionando la realidad, descentrándonos de nuestra aparente seguridad a la hora de concebir el mundo y de percibirlo. Nos desligamos de nuestra seguridad, pero también de aquello que nos limita y nos impide “romper el molde para crecer”. Podemos sentirnos extraños centrándonos en aspectos que “sólo” están en nuestra mente, incluso estas explicaciones dadas suenan extravagantes y carentes de aplicabilidad, difíciles de implementar y construidas sobre la nada, pero te aseguro que los resultados que producen son tangibles, duraderos, y profundos en tanto en cuanto ponen en marcha procesos de autocrítica de nuestro propio núcleo psicológico y mental que nos permite experimentar un conflicto muy didáctico y constructivo.

 En el reaccionar agresivamente o dejarse avasallar también operan constructos mentales que “solo” están en nuestra mente. ¿Pero hacen sufrir o no hacen sufrir? Esta es la cuestión. Para conectar con quien nos agrede y poder transformar la situación hacia algo sostenible y estable primero tenemos que conectar con nosotros mismos y cambiar nuestro corazón. Mirar en el mismo sentido que mira el agresivo comunicativo, y redirigir su trayectoria con un suave y sutil movimiento de táctica psicológica.

De esta manera tendremos el control de las situaciones y nos veremos profundamente reforzados, porque cuando cambiamos nuestro modo de concebir las cosas, cambiamos nuestro modo de actuar, y cuando mostramos seguridad, es más fácil que los demás se alineen con nosotros, no tanto cuando les intentamos convencer mediante argumentos, si no cuando les damos ejemplo y les transmitimos buenas sensaciones, como las que espero, esté sintiendo el lector al leer estas líneas.

Cuando alguien me grita, y soy capaz de entender que esa persona me grita porque está fuera de control, porque está sufriendo y no puede regularse, puedo entender que no es mi culpa, y que en realidad es mi decisión aceptar la agresión o no (siempre y cuando no llegue al plano físico, claro).

El aprendizaje está profundamente influenciado por las emociones que experimentamos durante el proceso. Solo tenemos que observar lo bien que ejecutamos una tarea cuando tenemos destreza en ella, estamos solos y tranquilos o con personas con las que estamos en sintonía, y lo mal que lo hacemos cuando alguien nos grita y nos dice que no sabemos hacerlo, y que no valemos para nada. Definitivamente, nuestras estructuras cerebrales son sensibles al contexto, y sobre el contexto sí tenemos poder de acción. No podemos elegir como nuestras neuronas procesan químicamente las sustancias endógenas, pero sí podemos elegir como nos tomamos las cosas y qué interpretación queremos darle a lo que nos ocurre. Irremediablemente esto se traducirá en un cambio en las estructuras neuronales, poniendo en evidencia uno de los procesos más fascinantes de la naturaleza del cerebro humano: la capacidad de adaptarse a nuevas situaciones.

Y ahora lo prometido: el as bajo la manga.

No hay herramienta más poderosa contra un estilo comunicativo agresivo que mostrar que no nos afecta. Y muchos diréis ¿Y cómo hago que no me afecte si realmente me afecta y es superior a mí? Aquí está la clave, primero tenemos que convencernos de que realmente las personas agresivas no son personas que puedan hacernos daño si nosotros no les dejamos. Si uno permite que su estado emocional esté a merced de las reacciones ajenas, es normal que tengamos la sensación de que no tenemos el control. La clave está en darse cuenta de que por mucho que nos griten, nos menosprecien, o nos intenten bloquear emocionalmente, en realidad no tienen posibilidad de conseguir su objetivo: que hagamos lo que ellos quieren.

Frecuentemente, cuando señalamos algunos de los signos objetivos que denotan que estas personas están siendo agresivas y carentes de empatía, estas sacan a colación algunas armas que en realidad les perjudican, y mucho: “a ver si ahora voy a tener que pedirlo todo con un por favor” “no seas tan tiquismiquis” “todo te ofende” “en realidad eres tú, que ves cosas donde no las hay”, son ejemplos de algunas de las ideas que estos comunicadores pueden intentar transmitir.

Ante este tipo de respuestas se plantea la necesidad de hacer una elección, consistente en determinar cómo queremos ver a esa persona, en qué aspectos nos vamos a fijar, qué trato le vamos a dar y si vamos a permitir que se adueñe de nuestro estado emocional.

El as bajo la manga, como una estrategia de defensa consiste en tratar a esa persona como si en realidad no nos estuviera agrediendo, haciéndole entender que no hemos siquiera percibido su intento de agresión (aunque sea muy notorio) y tratándole como si se hubiera dirigido a nosotros con normalidad. ¿Por qué? Porque le confundirá nuestra inesperada reacción, pero lo que es más importante, porque le obligaremos a reafirmarse en su conducta agresiva, a repetirla y a hacerla más explícita.

Pensemos en un ejemplo muy simple. Cuando alguien nos insulta o intenta reírse de nosotros, o “dejarnos mal” lo mejor que podemos hacer por nosotros (y por él) es no tomarlo como una ofensa, y manifestarle que en el fondo sabemos que no es tan malo y que no quiere insultarnos, solo que está pasando un mal momento. Este revés muy probablemente le incomodará bastante y le pone en una tesitura bastante enrevesada. O se deja impregnar por nuestro cumplido, o saca las garras del todo. Lo que hacemos con esto es establecer un nuevo canal de comunicación, nuevo para él y nuevo para nosotros. En el fondo, su conducta no puede consumar la agresión, y el hecho de que le hagamos un cumplido, hace que le pongamos la etiqueta de persona que realmente no tan mala, etiqueta que realmente es muy incómoda para él, desagradable pero muy constructiva, porque al quedar la tensión sin resolver, se irá poniendo más nervioso y nosotros vamos a tener una sensación de control mucho más nítida.

La otra opción es que la persona sea capaz de descentrarse de sí misma y admita que está cometiendo un error y que en realidad no tiene motivos para hablarnos así, aunque esto no es muy común, porque hay una inercia conductual que sustenta este círculo vicioso, del que es difícil salir sin ayuda profesional.

Después de esta exposición, lo que para mí es realmente importante es que hemos conseguido defendernos de una agresión, y que realmente hemos abierto nuestro corazón a una persona que ha perdido el control hasta tal punto en su vida, que tiene que quedar por encima de los demás, siempre. Solo mediante la compasión lograremos cerrar el circuito que nos protegerá en futuras ocasiones y nos hará crecer. No se trata de hacer daño a quien nos agrede verbalmente. Se trata de mirar en la misma dirección que él, de entender sus motivaciones y de transmitirle un mensaje que le cale mucho más de lo él que quisiera: que a pesar de que no cree en sí mismo, nosotros sí.

La pregunta aquí es ¿Y para qué voy a hacer todo este rollo si no es mi responsabilidad cambiar a nadie, ni invertir toda esa energía en alguien que no me importa? Si, seguramente tengas razón y si realmente no te importa esa persona puedes evitarlo e irte. Sin embargo, no siempre podemos evitar a las personas que nos tratan así, a veces son nuestros jefes, nuestros familiares o nuestros “amigos” y considero que tomar esta perspectiva hace que uno construya una imagen de sí mismo que es diferente a la que se cuenta habitualmente. Se gana en autoconcepto, porque al conseguir transmitir este tipo de sensaciones y de experimentarlas, uno crece y encuentra resquicios de felicidad en su interior, es el conocido principio de psicología social de “la pertenencia” a un grupo, a un proyecto, a una multitud que nos valore. Cuando hacemos estos nos sentimos CONECTADOS A LOS DEMÁS independientemente de su disposición o condición.

De manera que, si quieres cambiar el mundo, primero has de cambiar tu mundo y armonizar con el entorno y, no importa lo rudo o difícil que sea, cuanto mayor sea el reto mayor la recompensa. Tratar mal a los demás es tratarse mal a ti mismo, porque lo que le haces al otro te lo haces a ti mismo (los agresivos son a menudo infravalorados en su entorno, “ciegos “ a sensaciones de las que vale la pena en la vida, personas que no tienen paz y no tienen armonía, por mucho que ellos se lo cuenten de otra manera, como una falsa imagen de invencibilidad o de superioridad).

En resumen, si sufres por convivir con alguien que usa un estilo comunicativo agresivo, si trabajas con alguien que te bloquea emocionalmente mediante la comunicación agresiva, o si tratas con estas personas en algunos de tus ámbitos, déjame decirte que hay esperanza, que hay metodologías y que no todo está perdido. Sácate el as bajo la manga y hazle el mejor cumplido que tengas, a largo plazo él te lo agradecerá y tú te lo agradecerás y por supuesto, déjame recordarte que esto funciona para agresiones verbales no para situaciones de peligro en las que tu seguridad personal esté comprometida.

Redactado por Javier Barragán, director del proyecto Psicoda.

3 de julio de 2020

  • Aviso Legal Y Política de privacidad

Copyright © 2023 Javier Barragán - Proyecto Psicoda -